Jaime volvió en sí poco después del golpe. Recordaba la negativa en la entrada de la discoteca, la discusión con el portero, el chiste sobre su inteligencia y los posibles lazos de consanguinidad de sus padres.
Notaba el suelo en la oreja, y la sangre en los labios. Con el ojo que aún podía abrir vio como aquel gorila enajenado saltaba repetidamente sobre sus costillas. La visión lo horrorizó, y volvió a perder la consciencia. Esta vez para siempre.
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