miércoles, 11 de septiembre de 2013

Microrrelato 165 - Alcohólicos anónimos


Le brillaban los ojos cuando terminó su historia. "¿A quién no le ha destruido nunca una mujer?", dije entonces, encogiéndome de hombros. Y allí por donde paseé la vista tropecé con sonrisas cómplices y miradas hundidas bajo el peso de los recuerdos.




martes, 14 de mayo de 2013

Microrrelato 164 - Mi juego



Si yo escribiese sobre mis sentimientos tú podrías leerme la vida. En vez de eso, juego.

Juego a poner la soledad en las manos de alguien sin rostro —quizás seas tú— y lo convierto en un suicida.

Me invento a un hombre mayor, influenciable, casado —valga la redundancia—, con hijos, y un par de manos sudorosas. Añado un secuestro y lo aderezo con una apuesta macabra.

Pongo una mirada —una de esas que enamoran— entre dos individuos anónimos de andenes enfrentados y les construyo dos destinos separados; me ensaño en la distancia.

¿Me ves? ¿Me ves entre las letras?

Tal vez soy la luz que asoma al final del túnel. O el chico que se sienta distraído, leyendo el Marca. Quizás soy el tipo solitario. O puede que el hombre que se seca las manos en los vaqueros y empuja a alguien a las vías justo delante del tren.

Si lo piensas no es tan malo.

Un padre ha salvado a sus hijos. El suicida encontró lo que buscaba entre las vías. Los dueños de la mirada tienen una excusa para no coger el tren; incluso, para encontrarse en uno de los andenes; para conversar sobre lo ocurrido en torno a una taza de café caliente.

¿Me encuentras ya?

Puede que no esté allí, o que sea cada uno de ellos.

Puede que hasta consigas leerme la vida.

Pero piensa que, mientras estás allí; mientras te preguntas por el secuestrador, por los nombres de los dos enamorados, por los motivos del suicida, por el conductor del tren o el chico del periódico; mientras vives entre mis líneas… yo me cuelo dentro de ti, y te robo la tuya.




lunes, 6 de mayo de 2013

Microrrelato 163 - Tras una pantalla


"No te preocupes, estoy bien", tecleó. Y entonces pulsó enviar, mientras sus ojos se inundaban de sueños rotos. Qué sencillo era mentir así; presionando únicamente una tecla. Casi podía entender que a ella le hubiese resultado tan fácil.




domingo, 7 de abril de 2013

Microrrelato 162 - Y los sueños... ¿sueños son?


Hay un bebé rosado sentado sobre una alfombra peluda. Es como deberían ser todas las alfombras; gruesa, mullida, cálida, apetecible… Una alfombra modelo. De ésas con ácaros invisiblemente simpáticos que procuran no armar mucho jaleo. El crío es, quizás, como deberían ser todos los críos; moderadamente rollizo, de ojos curiosos y balbuceos inquietos. Sostiene un coche de juguete en una mano y cinco deditos en la otra. Sonríe mientras hace rodar el cochecito por la abrupta superficie, sin saber que así desarma a cualquier adulto. Es inocente, hasta que la vida le enseñe lo contrario. 

Todo cambia unos centímetros más allá, cuando Javier entra en escena. 

Javier es el padre del bebé rosado; propietario de la casa, de la alfombra, y de toda la sangre que inunda el parqué, hincha la moqueta peluda, y colorea las ruedas del cochecito de juguete. Javier es, exactamente, como nunca deberían ser los cadáveres; joven, sano, y con otro tipo de sonrisa —lineal, profunda, de labios rojos— cruzando el cuello de lado a lado. 

Por encima del cuerpo está José, el único capaz de hacerle sonreír de esa manera. Sigue al pie de la letra el manual del perfecto desquiciado; los ojos saltones, la mirada perdida, el pelo alborotado y la locura resbalando por el cuchillo con el que dibuja el caos. 

Todo vuelve a cambiar cuando Amanda se despierta agitada en mitad de la siesta. Están solos en su habitación; ella, sus jadeos entrecortados y los latidos en las sienes. Los tres se alegran cuando oyen a Javier desde el salón. Les llega esa voz que ponen todos los adultos al hablar con los bebés; forzadamente aguda e involuntariamente ridícula. La sonrisa de Amanda, algo más perezosa, también se despierta. No pasa nada. Todo está bien. Tan sólo era un sueño. Un estúpido sueño. Más calmada, Amanda rueda por la cama y, alejando el recuerdo de la pesadilla, cierra los ojos. Está a punto de quedarse dormida. 

Pero José llama a la puerta.




sábado, 30 de marzo de 2013

Microrrelato 161 - Buenas noches


Jimmy sabía que su madre estaba molesta cuando no había beso de buenas noches. 

Aun enojada, todo en ella permanecía igual. La expresión de la cara, serena y calmada; sus diminutos ojos grises, parapetados tras unas gafas que se deslizaban con frecuencia por una nariz delgada y puntiaguda, a salvo tras los cristales, seguros e inaccesibles como sus pensamientos y emociones. 

Nunca le había pegado —ella no—, ni siquiera el día que se coló en su habitación de trabajo y pintarrajeó sobre todos sus lienzos. Nunca. No era de esas madres. Tan sólo permanecía allí unos segundos, sobre la cama, inmóvil tras arroparle, y entonces se marchaba. 

Uno la veía salir de la habitación; apagar la luz y cerrar la puerta con extremo sigilo, como si todo estuviera bien. Pero era la ausencia del beso lo que la delataba. 

Y esa ausencia escocía más que la peor de las bofetadas.




lunes, 21 de enero de 2013

Microrrelato 160 - No pensar


"Hacer cualquier cosa para mantener la mente ocupada". Eso fue lo que me dijo. Vaya puta mierda de consejo, pensé, y, durante un segundo, olvidé que mi mundo... su mundo... y en definitiva, todo nuestro jodido universo, había implosionado... pulverizando nuestras vidas, nuestros sueños... desintegrando nuestro futuro.




sábado, 12 de enero de 2013

Microrrelato 159 - Encontronazos



Recuerdo aquella noche en el cine, con la sala casi vacía. Yo era el espectador de la penúltima fila y tú pasabas por allí cuando nuestras rodillas se rozaron. Apenas lo notaste, pero a mí se me puso dura. Quizás fue un accidente, o una zancadilla deliberada. Jamás lo sabrás, porque ibas absorta en tus palomitas hasta que las volcaste sobre mí y me bañaste en coca cola. Y no dijimos nada; yo, con mi ropa empapada y la polla empalmada; tú, con la mirada perdida en aquella pérdida. Y así, sin saber muy bien cómo, pasé a ser espectador en primera fila de la peli porno que proyectabas entre mis piernas.




Microrrelato 158 - Los escritores



¿Recuerdas cuando empezó todo?

Solías escribir historias de amor, enredada entre las sábanas, mientras yo dormía a tu lado, ajeno a tus ensoñaciones; ausente voluntario de tu empalagoso mundo rosa. A veces me despertaba tu risa; otras, el cosquilleo de la pluma sobre mi espalda, cuando agotabas todo el papel y no te importaba embadurnarme de tinta y finales felices. Obviando esas excepciones, rara vez coincidíamos.

Yo solía escribir historias de terror; de monstruos y asesinatos macabros, de palabras lúgubres y finales funestos. Aprovechaba el silencio de la noche, la escasa luz del portátil, la soledad… Mientras, la almohada ocupaba entre tus brazos el lugar de mi ausencia.

Esas noches dormías inquieta; rodabas de un extremo a otro por la cama, como si las pesadillas que volcaba sobre el teclado se derramasen también sobre tus sueños.

Podría decirse que veíamos la realidad de maneras distintas y, aunque hasta ahora el pasado avala tu visión rosa, yo, que he visto el mundo desde las sombras, aún temo la llegada del monstruo que un día escribirá el final trágico.




Microrrelato 157 - Sueños rotos al despertar



Odio las noches sin tu sonrisa.

Odio hacer el gilipollas para arrancar una de tus labios y fracasar estrepitosamente. Odio que cualquier otro gilipollas te la robe con una mirada. En esos momentos debería levantarme y marcharme —ahí te quedas—, o levantarme y liarme a puñetazos con el fulano de turno, pero en ningún caso permanecer allí sentado mientras tú te vendes a un mejor postor.

Sin embargo, así es la vida, dicen todos esos cobardes que no se atreven a descambiarla por una menos defectuosa.

Y qué dura es a veces…

Sobre todo esos días que comienzan con una despedida; con una luz verde parpadeando en el móvil; un par de líneas que te despiertan y, a bocajarro, en un instante, revientan todos tus sueños.

Yo en esos días sonrío —que para llorar siempre hay tiempo—, me encojo de hombros, me doy la vuelta en la cama, y finjo que sigo soñando. Y aunque no pueda dormirme seguiré allí tumbado, porque, diatribas heroicas aparte, así es la vida.