El extraño solía llamar con insistencia todos los martes a la misma hora. Entonces Lidia se escondía y se tapaba los oídos. Aún así, a veces veía a su madre con el vestido rojo abrirle la puerta al extraño, para encerrarse con él en su habitación. Aún así, a veces oía los gritos.
Aquel martes mamá no estaba, y la niña se decidió a abrir. El extraño la miró desde lo alto, sorprendido. "Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí?", dijo mientras cerraba la puerta. Pronto Lidia descubriría por qué gritaba su madre.
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