domingo, 7 de abril de 2013

Microrrelato 162 - Y los sueños... ¿sueños son?


Hay un bebé rosado sentado sobre una alfombra peluda. Es como deberían ser todas las alfombras; gruesa, mullida, cálida, apetecible… Una alfombra modelo. De ésas con ácaros invisiblemente simpáticos que procuran no armar mucho jaleo. El crío es, quizás, como deberían ser todos los críos; moderadamente rollizo, de ojos curiosos y balbuceos inquietos. Sostiene un coche de juguete en una mano y cinco deditos en la otra. Sonríe mientras hace rodar el cochecito por la abrupta superficie, sin saber que así desarma a cualquier adulto. Es inocente, hasta que la vida le enseñe lo contrario. 

Todo cambia unos centímetros más allá, cuando Javier entra en escena. 

Javier es el padre del bebé rosado; propietario de la casa, de la alfombra, y de toda la sangre que inunda el parqué, hincha la moqueta peluda, y colorea las ruedas del cochecito de juguete. Javier es, exactamente, como nunca deberían ser los cadáveres; joven, sano, y con otro tipo de sonrisa —lineal, profunda, de labios rojos— cruzando el cuello de lado a lado. 

Por encima del cuerpo está José, el único capaz de hacerle sonreír de esa manera. Sigue al pie de la letra el manual del perfecto desquiciado; los ojos saltones, la mirada perdida, el pelo alborotado y la locura resbalando por el cuchillo con el que dibuja el caos. 

Todo vuelve a cambiar cuando Amanda se despierta agitada en mitad de la siesta. Están solos en su habitación; ella, sus jadeos entrecortados y los latidos en las sienes. Los tres se alegran cuando oyen a Javier desde el salón. Les llega esa voz que ponen todos los adultos al hablar con los bebés; forzadamente aguda e involuntariamente ridícula. La sonrisa de Amanda, algo más perezosa, también se despierta. No pasa nada. Todo está bien. Tan sólo era un sueño. Un estúpido sueño. Más calmada, Amanda rueda por la cama y, alejando el recuerdo de la pesadilla, cierra los ojos. Está a punto de quedarse dormida. 

Pero José llama a la puerta.




2 comentarios:

  1. Me encantan las típicas escenas que luego se "destipifican"

    Qué buen relato.

    Un saludo ;)

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  2. Es increíble cómo consigues que parezca que estemos allí, junto al niño, viéndole jugar con el cochecito... y cómo instantes después vemos a Javier y su sonrisa escarlata...

    Sin palabras, maestro.

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