Un tren parado en la estación.
Hace tiempo que tenía que haber partido, pero ahí sigue: esperando a un pasajero en el andén. Uno en concreto.
El pasajero es, en realidad, una pasajera, y se llama Inés. Pasea de un extremo a otro, sin prisa, sin preocupaciones. Ya echó un vistazo al tren antes y decidió que no le gustaba, que no iba a subirse. Sabe que después de ése vendrán otros que quizás tengan mejor aspecto. No le importa si dentro sirven bebidas o no: es mujer de fachadas, de las que apuestan por grandes regalos cubiertos con papel de colores y adornos pomposos; como se envuelve ella, aunque dentro no haya nada.
Un tren enamorado de una chica llamada Inés.
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