Sonreí cuando le vi llegar. No lo hice porque me alegrara de verle, sino porque me había encontrado; empezaba a comprender la sutil magia que mueve las cosas. De algún modo había sabido que yo estaría allí, como yo sabía que él me encontraría. “Estás aprendiendo”, observé, y la sonrisa que me devolvió desbarató la mía mientras un escalofrío me recorría la espalda. Había poder en aquel gesto; no era la sonrisa de un aprendiz, sino la de alguien que sabe demasiado.
Cuando el alumno acaba superando al maestro, este último acaba perdiendo el puesto.
ResponderEliminarEl conocimiento es un arma peligrosa.