La musa lo pinchó con el dedo hasta que se despertó en mitad de la noche.
—¿Qué diablos quieres a estas horas?
—Quiero que te levantes y te sientes a escribir.
El escritor, fastidiado, trató de ignorar sus caprichos; le dio la espalda a su musa y escondió la cabeza bajo la almohada.
—¡Déjame! —suplicó, aún sin abrir los ojos—. Ahora no me apetece. Quiero dormir.
—Eso puede arreglarse —dijo ella, esbozando una sonrisa traviesa.
Y entonces, le robó el sueño.
Me gusta.
ResponderEliminarNo sé si agradezco esas noches en las que una idea brillante me asola y siento la irrefrenable necesidad de levantarme a escribir a las tres o las cuatro de la mañana...
ResponderEliminarOdio a mi musa en esos casos.
Un saludo ;)