jueves, 3 de noviembre de 2011

Microrrelato 8


No perdamos la perspectiva, yo ya estoy harta de decirlo, es lo único importante.

Doña Rosa va y viene por entre las mesas del Café. Hace años que el tiempo se llevó la suya, junto con su cordura, pero sigue repitiendo la misma historia siempre que hay alguien para oírla –que no es muy a menudo, todo hay que decirlo–. 

Don Mario es su marido y cuidador. Normalmente la tiene encerrada en el almacén, para que no moleste, pero a veces se escapa. Sólo ella y Dios saben cómo lo consigue, aunque ella probablemente no lo recuerde.

Cuando esto sucede, Doña Rosa se bambolea por el local y empieza a dar la lata a la clientela. Entonces Don Mario corre presto a encerrarla de nuevo: la alcanza, la sujeta bien fuerte y la arrastra hasta el almacén. Por el camino va pidiendo disculpas a los clientes, que sonríen nerviosos, sin saber cuál de los dos está más loco y, por supuesto, sin mover un solo dedo para ayudar, a ninguno de los dos.





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